jueves, 11 de junio de 2015

Terminó la veda: tres grandes aprendizajes de las elecciones intermedias


El reciente ejercicio electoral que vivimos los mexicanos, ha dejado varios aprendizajes que, como ciudadanos y de cara a un proyecto de transformación social, no podemos desatender. Independientemente de los resultados obtenidos y del grado de desacuerdo o incomodidad que tengamos hacia estos, hay tres grandes lecciones que debemos tomar para seguir en esta cruzada.
La primera y más valiosa: el porcentaje de participación es el más alto que hemos tenido en lo que va de este siglo, para una elección intermedia. Casi la mitad de quienes podemos hacerlo nos manifestamos, de manera explícita ante las urnas. A pesar del escepticismo  que hacia la penosa clase política tiene la población, o tal vez debido a él, la voluntad popular no se dejó de manifestar. Con todo y que grupos anti-democráticos se propusieron sabotear las elecciones en diferentes ciudades, los propios Ciudadanos defendieron este derecho y estas se llevaron a cabo, prácticamente en todo el territorio nacional. Y la voluntad del pueblo se ha respetado, aun en aquellos casos en que los resultados han sido sorprendentes. 
Si ese mismo entusiasmo, esa participación decidida, ese apego a la ley (después de todo, votar es una prerrogativa pero también una obligación que tenemos como mexicanos) y ese optimismo en que nuestro protagonismo puede modificar las cosas, lo ponemos en práctica todos los días que hay entre una elección y otra, este país va a cambiar muy rápido. Sin duda.
La segunda que ya sabíamos pero a veces no tenemos presente: La llegada al poder de candidatos ciudadanos, partidos alternativos y posiciones no predecibles, solamente comprueba algo que sabemos pero a ratos parecemos olvidar: nada puede impedir lo que la voluntad ciudadana sumada y por las vías institucionales hagamos que suceda. Yo estoy seguro que en Nuevo León, Tlajomulco de Zúñiga, Zapopan, Michoacán, algunas de las Delegaciones Políticas del D.F. o hasta en la muy penosa Cuernavaca, se manifestó la voluntad ciudadana, producto de la coincidencia de los votantes, en las diferentes causas que pudieron llevar a ese desenlace. Imaginemos lo que podría suceder en todo el territorio nacional si más que por coincidencia, por deliberación, acuerdo, organización y coordinación, la ciudadanía cerráramos filas y empujáramos una misma causa y en la misma dirección. 
La gran enseñanza es la reiteración de que la voluntad ciudadana es más poderosa que la “penosa clase política” y puede ir en contra del status quo, tan solo con una acción que dura unos segundos o a lo más minutos (el tiempo que te llevó acudir a la casilla y ejercer tu voto). Así como la ciudadanía a través del voto, derribó o encumbró a más de un@, podemos darle fin a muchos años de cultura de la corrupción.
La tercera aunque un poco triste, muy reveladora: hay que aceptarlo, algunos candidatos electos más que esperanzar, preocupan, cuando no hasta atemorizan (y hasta pena llegan a dar) a gran parte del electorado. Nuestra incipiente y muy rudimentaria ruta hacia la democracia es sumamente abierta: admite viejos políticos reciclados, figuras de la escandalosa farándula, deportistas en decadencia, jóvenes recién egresados de la universidad, ex-presidiarios, bueno, hasta payasos, literalmente hablando. Y en la elección que han hecho las mayorías, se pueden trazar y distinguir perfiles de preferencias fuertemente influidas por el hartazgo, el escepticismo y hasta la burla y el sarcasmo. 
Algunos de los recién electos representan un “coqueteo con el absurdo”, como una forma de encontrar una solución a la penosa relación con la clase gobernante que nos agobia y desgasta cada día más. Habrá que ver, solo el tiempo dirá, si esta “nueva categoría de candidatos” habrá de ofrecer una alternativa útil o solamente una muestra desesperada de una ciudadanía que, paradójicamente sigue buscando en la clase gobernante, la transformación de la sociedad.

En suma y con el ánimo de extraer los aprendizajes de lo sucedido en esta reciente justa electoral, no perdamos de vista todo lo que podemos conseguir los ciudadanos, con algo que parece tan nimio, como el ejercicio del voto libre y deliberado. Pero tampoco apostemos a este, la solución a todos los pesares que la cultura de la corrupción nos produce día a día.
Esperar de la clase gobernante no está mal, mientras no sea más de lo que esta puede ofrecer. Y hasta hoy no ha demostrado mucho.
Esperar mucho de la clase gobernante sin antes cumplir como ciudadanos es, en todo caso, el error sistemático de la población.
Ellos deberán hacer lo que les toca y ya lo habremos de poder juzgar.

Nosotros, los Ciudadanos asegurémonos de hacer nuestra parte: cumplir antes que solamente exigir.


martes, 12 de mayo de 2015

La iniciativa comienza aquí: en el punto de las definiciones.




No es fácil echar a andar una iniciativa de transformación social, por varias razones.
La primera, porque es un esfuerzo contracultural; trabajar para transformar a la sociedad supone remar a contracorriente, ser incómodo y enfrentar a la costumbre. Nada fácil de conseguir si la intención no es compartida por un nutrido grupo o por voces sonoras, pues entonces, más que un transformador la iniciativa corre el riesgo de parecer una excentricidad. Quien encabeza un esfuerzo de transformación social desde la soledad de sus ideas, sus ideales y sus aspiraciones personales, corre el riesgo de sucumbir ante el peso de la mayoría. Pero renunciar a ellas en aras de ganar la aceptación y disfrutar la aprobación, significa corromperse a sí mismo, negándose en aras de los demás.
El segundo reto que entraña una iniciativa de esta naturaleza es el de proponer hacer algo distinto para diferenciarnos de lo que hoy somos. La paradoja de actuar diferente a quienes o lo que no queremos ser, en la inteligencia de que muy probablemente ya lo somos. Transformarnos como sociedad, sin obedecer a una voluntad emanada del poder, significa el doloroso trabajo de mirarnos al espejo y decidirnos a dejar de ser lo que ahí miramos. Eduardo Galeano decía “…somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. No hacer nada nos reduce entonces; una sociedad conformista y dejada, es una sociedad que simpatiza con lo que hacemos mal. Pero hacer lo necesario para cambiar lo que somos, conlleva el dolor de aceptar primero lo que somos. Nuestra sociedad es causa, mas que consecuencia de la corrupción que queremos combatir. En cierta medida, este reto consiste en combatirnos a nosotros mismos.
De la mano de lo anterior, en un tercer orden de ideas, un proyecto de transformación está, de origen, impregnado de escepticismo y de pesimismo. Decía Henry Ford, “…tanto si piensas que puedes, como si piensas que no puedes, en ambos casos estás en lo cierto”.  Y de entrada, hay que aceptar que una iniciativa de transformación tiene su ancla en el escepticismo y el pesimismo del no se puede; de no ser así, más que proponer transformar, solamente necesitaríamos administrar el cambio natural de las cosas. Siempre que alguien levanta la mano y se propone actuar y conmina a los demás a seguirle, tiene al menos dos opciones: el éxito y el fracaso, pero por alguna razón cultural, en nuestro país simpatizamos más con lo segundo. Y al respecto, si de algo sirve, el mismo Ford decía: “…los que renuncian a hacerlo son mucho más numerosos que los que fracasan haciéndolo”. En estas lides el pesimismo y el escepticismo son inevitables, pero no por ello delimitan las posibilidades.
En consecuencia de todo lo arriba dicho, un emprendimiento en esta materia, demanda de un valor, y una determinación atípica, pues no solamente se enfrentará a la inercia de la costumbre, sino a la incomodidad de la denuncia y la probabilidad (sino es que hasta el deseo ferviente de otros) del fracaso. Transformar a la sociedad no es cosa de todos los días ni tampoco un impulso gregario. No sucede por una ocurrencia ni se concreta de un plumazo y, es por ello que para ser exitoso requiere del liderazgo de la ciudadanía. Un liderazgo que no es un rasgo de unos cuantos, sino una creencia de un@ y en un@ mism@. Emprender un esfuerzo de esta naturaleza sin apostar nuestro resto por delante es consentir el status quo. En esta cruzada solo puede haber líderes de un lado y observadores pasivos del otro y, estos últimos, corren el riesgo de ser además, cómplices que hallan cómodo mantener las cosas como hasta ahora están.
Nuestra propuesta para impulsar una iniciativa para transformar la cultura de la corrupción ya tiene forma y ahora  se precisa de tu definición para llevarla adelante. Cualesquiera que sea su forma, se basa en las premisas que tanto ya hemos recalcado. Pero antes de sumarte a ella se requiere tu definición: ¿de que lado deseas estar? ¿estás dispuesto a enfrentar estos inevitables obstáculos y que hemos descrito?
Si deseas ser un líder protagonista y estás dispuesto a afrontar estos obstáculos entonces estamos listos a comenzar. Pero se requiere de tu posición manifiesta.
El silencio no es una respuesta.

viernes, 8 de mayo de 2015

miércoles, 29 de abril de 2015

Es pregunta...



Los ciudadanos tenemos todo el derecho y la razón de estar indignados por la corrupción, el incumplimiento al estado de derecho y la deshonestidad… Pero ¿estaremos mirando en la dirección correcta?


lunes, 27 de abril de 2015

Comenzamos el recorrido: las acciones del Proyecto Ciudadano




Después de leer y escuchar muchas sugerencias y opiniones sobre iniciativas ciudadanas, es evidente que las que habrán de transformar a profundidad a nuestra sociedad, son aquellas que caigan de este lado: del lado de los Ciudadanos. El debate ha sido nutrido y apasionante, cargado de energía y controversia, pero ha valido la pena. Aquí la descripción de las primeras acciones.
Considerando las “Seis Premisas”, en su espíritu y razonamiento, si algo hay que rápidamente puede cambiar el estado de cosas será que Nosotros, los Ciudadanos, emprendamos en el territorio más promisorio y de mayor fertilidad: el cumplimiento irrestricto del estado de derecho. Pero congruentes con estas mismas Premisas, no proponemos exigir a “terceras personas” que se cumpla la ley, sino que, a diferencia de la tradición, propugnamos por esto suceda en el espacio estrecho, entre Tú y Yo.
Los Ciudadanos que no pertenecemos a la “clase política” directa o indirectamente somos la inmensa mayoría de este país (más del 95% de la población), por lo que si incidimos en este sector que es nuestro, la transformación puede suceder pronto y, lo más importante, bajo nuestro control. Ningún miembro de la penosa “clase política”, nos lo podrá impedir, como tampoco guiará nuestros actos en este sentido; los Ciudadanos daremos el ejemplo de lo que es una conducta ejemplar, la cual desalentará y restará fuerza a la cultura de la corrupción cuyos mayores actores y mayores dividendos se quedan en esta deshonrosa “clase política”.
Los pequeños, pero nunca insignificantes movimientos que como Ciudadanos organizados habremos de dar, reducirán los espacios convenientes que actualmente se multiplican por miles, creando las grandes áreas donde se cristalizan las más abyectas formas de corrupción. Al cerrar estos vacíos de cumplimiento a la ley, el derecho y la norma, los Ciudadanos habremos de demoler las bases sobre las cuales, los grandes actores de la corrupción sustentan sus deshonestos actos.
Como es predecible, habrá quienes opinen que impulsar acciones de esta índole “no cambiarán nada” ni reducirán la corrupción. Para quienes así opinen, nuestra respuesta es, desde ahora, que se aseguren de haber revisado, cavilado y comprendido a profundidad “Las Seis Premisas”. Si así lo hacen, entenderán la lógica de esta iniciativa y del porqué proceder de esta manera.
Quienes a pesar de ello se mantengan en el escepticismo, tengan presente que la circunstancia que vivimos en la actualidad no es una causa como tal, sino en todo momento, una consecuencia de los que por años y generaciones ha marcado la tónica de las relaciones de los Ciudadanos entre Nosotros y para con quienes nos han gobernado.
En este punto es muy importante enfatizar que no creemos que revertir la situación requiera el mismo tiempo que nos llevó llegar hasta este punto. Esa versión del cambio es tan falsa como ver en la Ciudadanía víctimas indefensas de “un sistema perverso”. Es negar nuestro liderazgo y por ende nuestra fuerza como Ciudadanos.
Aun cuando el camino que hasta aquí hemos recorrido nos ha llevado décadas, revertir la situación es más sencillo de lo que parece, si tan solo consideramos el efecto que tiene el que más del 95% de la población actuando de manera correcta.
Ahora bien, estamos seguros de que hay quienes colocados en las filas de la ciudadanía le apuestan al fracaso de este tipo de iniciativas. Personas que en su mayoría, más que damnificados son beneficiarios del estado actual de cosas, por lo que una iniciativa de esta naturaleza, atenta en contra de su “zona de confort”. Esta gente, aunque no pertenezca a la penosa “clase política”, tampoco merece el título de Ciudadanos, por lo que por definición, no caben como parte de este esfuerzo.
En los siguientes días habremos de estar comunicando las acciones que contienen a esta iniciativa. Reiteramos que serán acciones sencillas, accesibles a todos, cuyo peso radica de la repetición y el volumen de su realización. Nada imposible de llevar a cabo, así como tampoco movimientos espectaculares.
Cada acción será como un paso de un trayecto decidido que los Ciudadanos hemos resuelto dar en pos de transformar a México. Un paso a la vez como parte de un recorrido que, usando nuestro liderazgo habremos de dar quienes creemos y queremos una nueva realidad.
Los que lo haremos realidad seremos los Ciudadanos comprometidos con un nuevo País: el País que queremos para nuestros hijos y, que con nuestros actos cotidianos nos habremos de merecer.

martes, 21 de abril de 2015

De las ideas a los hechos: el perímetro del proyecto ciudadano.





Han quedado expuestas a gran nivel de detalle “Las Seis Premisas” que, en nuestra opinión,  dan sustento a un proyecto de transformación ciudadana. Es tiempo entonces de dar paso a las acciones, asegurando que estas tengan la solidez necesaria para llevar adelante los cambios urgentes que nuestra realidad demanda. Al hacerlo habremos de considerar que un proyecto de esta naturaleza, a manera de un ejercicio de refinación, habría de poder cumplir con cada una de las premisas, sin controvertirse entre ellas y sí, resolviendo los retos que cada una plantea.
Bajo tal certeza, un proyecto exitoso de transformación ciudadana, debe ser un modelo de ejecución, gallardía, honestidad y transparencia que avergüence a los miembros de la penosa “clase política”, haciéndoles ver a los de lo que podemos ser capaces los Ciudadanos (con mayúscula) organizados, sin infringir la ley ni violentar el estado de derecho (1P).
De la misma manera por un solo principio de congruencia, no habrá de caer en la tentación de sugerir que sean los propios miembros de esta “clase política” quienes lo patrocinen o lo lleven a cabo, sino estrictamente los ciudadanos “de a pie”, como Tú y como Yo (2P).
Una iniciativa que no se politice ni pase a formar parte del patrimonio de los partidos políticos; que prescinda de los liderazgos mesiánicos y el uso de los recursos provenientes del erario público. Una iniciativa auténtica e indiscutiblemente ciudadana (3P).
Un proyecto ciudadano que ataque frontal y decididamente a la corrupción, renunciando a la realidad de que esta ha sido y siempre podrá ser una forma de obtener ganancias personales de diversa índole, que por otros medios lucen inaccesibles. Es combatir la condición de “moneda de cambio” que la corrupción tiene en nuestra sociedad (4P).
Un proyecto que no se quede en la queja y la lamentación; que haga de la denuncia un medio y no un fin en sí mismo, en la inteligencia de que es necesario actuar, no solo manifestar opiniones ni reclamar acciones de terceras entidades (5P).
Un proyecto que asegure que le cerraremos el paso a la corrupción, actuando en los múltiples y muy frecuentes espacios que los ciudadanos le concedemos en nuestro actuar diario, a las trapacerías y fechorías mayores de una clase sin escrúpulos y que sin duda carece del sentido crítico de lo que significa ser “servidor público” (6P).
No pretendemos ideas espectaculares ni movimientos incendiarios, cuya complejidad imposibilite de entrada su realización y dificulte su instrumentación, por parte de Ti y de Mí. Concentrémonos en ideas contundentes, amplias, ambiciosas si, pero también plausibles, cuya factibilidad esté al alcance de la mano de cada uno.
Apostamos a una iniciativa que enorgullezca a las generaciones venideras y que modele el comportamiento ciudadano que esperamos de nuestros hijos
Un proyecto que le otorgue sentido a los sufrimientos y pesares de quienes nos precedieron y que nunca vieron realizado su anhelo de un México mejor
Un proyecto en contra de la cultura del “no se puede” o “parece inalcanzable”.
Un proyecto que honre a quienes perdieron su patrimonio, su libertad o hasta su vida, como consecuencia del actuar de funcionarios abyectos y personajes llenos de vileza y desprecio por los electores y por nuestra Patria.
Y de manera sustantiva, un proyecto que capitalice todo el aprendizaje, la ambición y la determinación de los líderes que habremos de llevarlo a cabo, responsable y comprometidamente, hasta sus últimas consecuencias: Tú y Yo.

martes, 7 de abril de 2015

La base de la propuesta Ciudadana: Sumario de las “Seis Premisas”



En los años y meses recientes, hemos conocido una serie de propuestas e iniciativas para modificar el estado de cosas, en la realidad de la aún muy joven democracia mexicana. Pocas de ellas fructificaron y, es nuestra convicción, que el origen de su vulnerabilidad radica en un sustento incompleto, inadecuado o de plano erróneo.
Es por ello que antes que proponer cualquier proyecto, quienes impulsamos esta iniciativa hemos valorado como indispensable, el desglosar una serie de premisas que aseguren un sustento firme y robusto para un emprendimiento tan ambicioso. De no hacerlo así, estaríamos construyendo sobre una base débil o carente de equilibrio, lo cual comprometerá el desarrollo exitoso de del proyecto.
Así,  lo largo de las seis entregas hemos desarrollado las “Premisas” que a nuestro juicio, le dan un sustento sólido a una propuesta de transformación, proveniente de la ciudadanía. Estos seis supuestos representan una serie de realidades que no debemos desconocer si queremos enfrentar exitosamente un cambio en las circunstancias que, día con día, sufrimos los Ciudadanos. La razón por la que son estas y en ese número, ha sido el contemplar todas las posibles realidades que hay que advertir si queremos que la iniciativa sea exitosa. Algunas de las iniciativas que en el pasado surgieron y que carecieron del éxito esperado, no consideraron el alcance de alguna de ellas y de ahí, su fracaso o su beneficio incompleto.
El punto de partida es, tal vez, la más penosa realidad que da origen a la necesidad de un cambio impulsado por iniciativa de los propios Ciudadanos: el fracaso de una deplorable y calamitosa “clase política”, la cual día con día, lejos de mejorar, pareciera regodearse en su vergonzosa condición. Baste revisar una edición de cualquier diario (impreso o digital), en una fecha al azar, para encontrar múltiples pruebas de ello. La "clase política" es una minoría numérica, que teniendo el apoyo legal de la mayoría, ha defraudado al electorado en general.
La segunda consideración que expusimos a manera de premisa, consiste en la paradójica y contradictoria expectativa que la ciudadanía manifiesta, casi a diario, de que sean los deshonrosos e incapaces miembros de esta “clase política” quienes lleven a cabo el tan esperado cambio. Es, por así decirlo, “poner la iglesia en las manos de Lutero”. ¿Cómo los ciudadanos esperamos que estos personajes que se solazan en la falta de credibilidad y capacidad, sean quienes transformen la realidad?  Esto es incongruente; el caos, por sí mismo, no puede dar origen al orden.
Una tercera suposición consiste en la experiencia de que el reducto natural de la participación ciudadana, en la práctica solo ha incrementado nuestra decepción. La partidización de la ciudadanía, parece condenada al fracaso, por diseño. Toda iniciativa “ciudadana” que se ha conducido a través del camino de los partidos políticos, parece tocada por el diablo y, tarde o temprano, se traduce en contra del interés que le dio origen. Como dicen los clásicos: “si quieres que un buen propósito se pervierta, impúlsalo a través de un partido político”. Por otro lado, las Organizaciones de la Sociedad Civil (u ONG´s), cuando se fundamentan en intereses legítimos de la ciudadanía, pocas veces obtienen el éxito esperado y, el precio que han de pagar por ello es muy alto y el lapso en que lo consiguen es muy extenso.   Las soluciones “ciudadanas” a las que tradicionalmente se ha recurrido, parecen destinadas al fracaso o, en el mejor de los casos a un beneficio caro y lento.
Como una cuarta columna que sustente el auge de un proyecto ciudadano, es necesario reconocer a la corrupción como una forma de normalidad que parece regir, entre líneas, las relaciones entre los ciudadanos y para con los gobiernos y gobernantes. La sabiduría popular otorga a la corrupción una especie de brillo (por no decir valor), sin la cual es imposible una convivencia sana y una vida completa (“el que no transa no avanza”). Sin embargo, la posibilidad que esta cualidad de normalidad que la corrupción otorga, es que nos lleva a reconocer dos condiciones de manera palmaria: la primera, que todo acto de corrupción genera siempre dos beneficiados, en menor o mayor medida. Corruptor y corrompido de alguna forma obtienen ganancias, dividendos o provechos que, fuera de un acto de corrupción no les son accesibles.  La segunda, que la corrupción es un fenómeno bilateral, de beneficio unilateral que, a la vez, daña y contribuye, expandiendo de manera viciosa un círculo que ya forma parte del paisaje en el que estamos acostumbradísimos a vivir.
La “Quinta Premisa” alude directamente a una realidad frustrante e inexplicable: a medida que la “participación ciudadana” ha crecido de manera palpable, existe entre la ciudadanía en general, la sensación de que la corrupción ha crecido en magnitud preocupante. Las páginas electrónicas de las redes sociales, los editoriales de muchísimos diarios, las charlas de sobremesa y los corrillos en los cafés, están llenos de queja e insatisfacción con el estado de cosas.
Una nueva forma de comunicación satírica se ha apoderado de la libre expresión de las ideas, la cual se refleja en la comedia televisada, la caricatura política y los llamados “memes” que se hacen por miles de la actuación de la penosa “clase política”. Incluso en el colmo de las cosas, la nueva propaganda política introduce la queja altisonante por el cinismo y falta de sensibilidad de parte de quienes nos gobiernan (por ejemplo la propaganda partidista basada en el asunto de los relojes, las casas, las presas, el uso de los helicópteros y un larguísimo etcétera).
Todo parece indicar sin embargo, que la insatisfacción manifiesta y la queja no son sensibles para quienes nos gobiernan, por lo que la participación ciudadana ha sido fallida al quedarse a este nivel. Este tipo de “participación ciudadana” no parece tener la potencia necesaria para transformar el estado de cosas; la lamentación y el reproche no son una fórmula de transformación y si en cambio, una buena forma de alimentar la frustración y el escepticismo de la ciudadanía.
La Sexta y última Premisa retoma el asunto de la cultura de la corrupción, pero ahora propone una hipótesis alterna acerca de la forma de verle y tratarle, como un medio para transformar la situación actual que nos aqueja. Tradicionalmente la cultura de la corrupción se ve como una causa descomunal de muchas de nuestras desgracias. Una fuerza en contra de la cual los ciudadanos somos víctimas indefensas y para aminorarle no podemos hacer nada, más que padecerla, irremisiblemente.  Tratar de combatir a la corrupción bajo esta posición es algo tan utópico como la pelea de David contra Goliath. Una derrota anticipada, sin duda.
La proposición alterna modifica diametralmente los puntos de equilibrio entre la cultura de la corrupción y la ciudadanía. La convicción que nos anima en este último supuesto pone al ciudadano al centro del origen de la cultura de la corrupción, al proponer que esta es la consecuencia de los muchísimos y frecuentísimos actos de incumplimiento, a los más elementales principios de convivencia social que realizamos, casi sin razonarlo, en cualquier momento y cualquier lugar.            La existencia de este perenne enjambre de actos menores pero corruptos al fin, se traduce en un  gran estado de anuencia para que los miembros de una vergonzosa “clase política” en el poder, puedan abusar en el espacio público para su beneficio en lo privado.
Vista así, la cultura de la corrupción no solo no es una causa, es una consecuencia que pone en el origen y al centro de la transformación a la ciudadanía. Vista así, la cultura de la corrupción nos “empodera” a los ciudadanos para darle la vuelta a la situación, dejando de ser víctimas a ser protagonistas de este cambio.   Dos posturas que generan historias muy diferentes.

Ahora bien, dando por sentadas las “Seis Premisas”, una propuesta de proyecto ciudadano para ser efectiva debe poder apoyarse en tales postulados, resolviendo uno a uno, pero sin limitarse por ninguno. Un proyecto de transformación ciudadano que haga sentido, desde la óptica de todas y cada una de tales creencias.
Un proyecto revestido, robusto y dirigido al centro de las circunstancias. Un proyecto, bajo nuestro control y del cual seamos RESPONSABLES (como dice el diccionario): “Quien es consciente de sus obligaciones y actúa conforme a ellas… Que es propio de la persona responsable o consciente de sus obligaciones… Quien es autor de cierta acción… 
La transformación de nuestra realidad es responsabilidad tuya y mía; no admite terceras personas. 
¿Y TÚ, QUE PROPONES?

jueves, 19 de marzo de 2015

La Sexta Premisa: la cultura de la corrupción ¿causa o consecuencia?



Durante el desarrollo de “La Cuarta Premisa” (http://ciudadanostransformandoamexico.blogspot.mx/2015/03/cuarta-premisa-la-corrupcion-como-el.html), hemos expuesto la terrible realidad que implica el estado de normalidad que la corrupción tiene en nuestra sociedad. Definimos a esta como: “el abuso del poder en la esfera pública, para el beneficio en lo privado”, en “una perniciosa relación bilateral”, donde corrupto y corrompido siempre actúan en pos de un beneficio que no podría lograrse por otro camino.
La visión tradicional que por años hemos compartido sobre la cultura de la corrupción es que esta es tan añeja y tan extensa, como la humanidad misma. Su origen como práctica viciosa de las sociedades se pierde en el tiempo y su extensión global abarca, en grados bien diferenciados, a todas las naciones del mundo.
Vista así, la corrupción “le pertenece” por definición a la condición humana. Esta visión es condenatoria y nos coloca, a los ciudadanos, como víctimas de una realidad cuyo principio es inexpugnable. De la misma forma, la corrupción por su arraigo, luce como imposible de erradicar y más bien, como ciudadanos, Nosotros deberíamos preocuparnos, más que por eliminarla, por decidir las formas y modos para sobrevivir como damnificados permanentes de los corruptos.
Como consecuencia de todo lo arriba escrito, la corrupción se plantea como la “causa de todos los males” y desmantela, de antemano, cualquier esfuerzo por atacarla y abatirla. Una triste postura. Una condena fatal.
Si deseamos aniquilar a este arcaico y descomunal “monstruo de mil cabezas”, el punto de partida es no aceptar esta certeza y renunciar al arquetipo tradicional que ubica a la corrupción como una causa, origen de muchos males, ante los cuales, los Ciudadanos aparecemos damnificados y desvalidos.
La primer regla para resolver un problema es enfocarle de una manera que nos permita advertir las oportunidades que, de manera convencional no alcanzan a ser visibles. Luego entonces, habría que replantear el postulado sobre el “origen” y mecánica de la corrupción.
En este punto y ante la inminente necesidad de permutar los supuestos acerca de la génesis, proponemos que la corrupción no es una causa inexorable, sino más bien, la consecuencia de algo que, por sus formas y magnitudes, no lo parece. El poder de la corrupción radica de una manera importante, en su facilidad para mimetizarse y mestizarse. La corrupción como práctica, infiltra primero e impregna después, la inmensa mayoría de las esferas y ambientes del quehacer humano.
De manera complementaria, todo acto de corrupción tiene siempre al menos dos protagonistas beneficiarios, de la misma forma que es la manifestación de un abuso en los terrenos comunitarios para satisfacer una necesidad individual. Si aceptamos como cierto lo descrito en el párrafo anterior, todo acto individual por insignificante que parezca, que atenta contra un derecho común es, por definición un ingrediente cardinal de la corrupción.
Dicho en otras palabras, la corrupción es el efecto acumulativo de una serie de eventos poco conspicuos, en los que los individuos atentan contra los derechos comunitarios. El funcionario público, el empresario, el líder sindical o cualesquier personaje público que actúa corruptamente, lo hace cobijado por el cúmulo incontable de conductas arbitrarias e ignominiosas que se suceden todos los días, en cualquier nivel y latitud de la sociedad.
Desde esta perspectiva alterna, el alimento de la corrupción que inunda nuestra realidad cotidiana, permanece en la elevada suma de eventos donde los ciudadanos desatendemos las más elementales y variadas normas y principios de orden, que orientan nuestras relaciones, entre individuos y hacia el todo. Esa es una realidad y a la vez una mala noticia. Lo es porque, muy probablemente (y muy com-probablemente) quien comete actos de corrupción a gran escala, lo hace bajo los auspicios de la opacidad que producen la acumulación de actos, aparentemente insignificantes, de desapego a las más elementales normas de convivencia ciudadana,  de parte de los miembros de la sociedad.
Esta forma de apreciar a la corrupción, de ninguna manera exime de responsabilidad ni otorga impunidad a quien la comete. No es una forma de justificación ni un paliativo por su abyección.
Como decimos, esa es una realidad y a la vez una mala noticia. La buena noticia es que, vista a la corrupción de esta forma, como una consecuencia y no como una causa, nos libera a los ciudadanos de una condena que, en el enfoque tradicional no tiene remedio y solamente nos ubica como víctimas pasivas de una fuerza incontrolable, movida por voluntades invisibles.
Ver de esta forma a la corrupción pone las cosas en otro lugar; cambia la correlación de pesos y contrapesos. Ver a la corrupción como consecuencia y no como causa, pone el centro de gravedad de este fenómeno en la ciudadanía (así como también a su abatimiento) y no necesariamente solamente en la ignominia de una deplorable “clase política”.
Pero también, concebir de esta forma a la corrupción permite a la ciudadanía un empoderamiento para acabar con esta cultura milenaria
Un empoderamiento que da sentido al liderazgo de la ciudadanía y su participación.

viernes, 13 de marzo de 2015

“La Quinta Premisa”: La impotencia de la participación ciudadana



Si algo ha caracterizado a nuestra sociedad en los últimos 15 años, ha sido el volumen que ha alcanzado la libre manifestación de la inconformidad ciudadana. Desde los albores del foxiato (2000), al inicio de la década anterior, la relación entre la ciudadanía y la clase política, se caracterizó por la ruptura de un incómodo mutismo que duró muchas décadas. Antes de este periodo, lo normal era la disensión silenciosa: se sabía que la ciudadanía no vivía en acuerdo con la clase política, pero el riesgo de hacerlo público implicaba la pérdida de la seguridad. Hasta antes de esta época, la “clase política”, tenía una poderosa arma para minar cualquier manifestación de desacuerdo: la represión.
Durante los 15 años del nuevo siglo, los espacios de manifestación se han hecho más numerosos y más evidentes. Desde la plaza pública, hasta los medios de comunicación opositores, hasta llegar al más íntimo espacio, a través de la relación digital de las “redes sociales”. Hoy día abundan las manifestaciones tumultuarias en las vías públicas en pos de alguna intención de inconformidad ciudadana, en condiciones de total apertura y libertad (y algunas de ellas en medio de un ejercicio de libertinaje). Los medios de comunicación, electrónicos e impresos, dan espacio libremente a las más diversas posturas opositoras a cualquier régimen o acto de gobierno (incluso a algunos evidentemente desinformados, o deliberadamente distorsionados). En este mismo momento y a cualquier hora del día, transitan a través de las redes sociales digitales, toda clase de manifestaciones de desacuerdo e inconformidad ciudadana, desde las más burlescas y grotescas (los memes), hasta las más sesudas, provenientes de posturas serias, analíticas, correctamente informadas y bien intencionadas.
De lo que no hay duda es, que si de algo hay constancia en la relación entre la ciudadanía y la “clase política”, es de la libertad para manifestar el desacuerdo, abierta y sonoramente. Este es un claro logro de la ciudadanía, sobre una oprobiosa “clase política”. Pero de la misma forma, ante tanta comunicación que da la frustrante sensación de que “hay oídos sordos” y una total falta de sensibilidad ante la inconformidad ciudadana, hay incluso ocasiones donde las reacciones de los miembros de la penosa “clase política”, hacen sentir al ciudadano promedio, indiferencia cuando no cinismo, frente a los pesares y malestares del electorado.
Frente a esto, la incógnita que campea entre la opinión pública es si tiene sentido tanta inconformidad manifiesta, sea a través de marchas, mítines, editoriales de crítica o de cadenas de repudio y ridiculización de la actuación de los gobernantes. ¿Realmente tanta libertad y apertura a la crítica y el rechazo ha aportado beneficios y modificado las posturas de los miembros de nuestra vergonzosa “clase política”? El clamor de los ciudadanos por una mayor justicia y efectividad del ejercicio de gobierno ¿se ha traducido en un mejor desempeño o solamente ha arreciado la irritación y la frustración del electorado? Evidentemente, la cantidad y calidad de la manifestación ciudadana no se ha traducido en beneficios tangibles y evidentes para la población.
De lo que no queda duda, es que esto no ha sido por falta de espacios de libre expresión de la inconformidad ciudadana, pues estos crecen día con día y minuto a minuto. Tampoco por que exista una represión generalizada de las opiniones divergentes de la sociedad (baste dar una mirada a cualquier diario o medio de comunicación gráfico cuando suceden marchas y manifestaciones), ni un escrúpulo por ocultar los sentires (a veces en tono altisonante) de quienes mantienen posiciones radicalmente opuestas a las figuras de gobierno, sobre todo en los niveles federales y estatales (lo municipal, sigue cocinándose de manera diferente).
Todo parece indicar que ni tanto clamor, ni tanta manifestación ni tantísima inconformidad manifiesta ha sido una evidencia que hable de la contundencia y efectividad de la protesta y de la “participación ciudadana”.  Paradójicamente, los años recientes donde la participación ciudadana ha crecido de manera palpable, existe entre la ciudadanía en general, la sensación de que la corrupción ha crecido de manera preocupante (“La Cuarta Premisa”).
Luego entonces, el perfil de este tipo de “participación ciudadana” no parece tener la potencia necesaria para transformar el estado de cosas.

De continuar así, los Ciudadanos estamos desperdiciando nuestra energía para hacer que las cosas pasen. Sin embargo, si atendemos a las “Tres Primeras Premisas”, o lo conseguimos nosotros o estamos condenados a seguir en este penoso estado de cosas.

Ese es el drama actual: la “participación ciudadana”, hasta hoy, ha sido impotente para transformar a nuestro País.
 

domingo, 8 de marzo de 2015

La Cuarta Premisa: la corrupción como el estado de normalidad



Uno de los aspectos que hacen más patente el fracaso de la “clase política” (La Primera Premisa) es sin duda, lo concerniente al manejo corrupto del poder que, de manera bastante común, les caracteriza. La sabiduría popular sitúa a la corrupción como una de las formas a través de las cuales los miembros de esta elite pueden crecer y consolidarse: “el que no transa no avanza”. Incluso, en la búsqueda de la redención incongruente que sostiene la “Segunda Premisa”, se acepta explícitamente la existencia de la corrupción, siempre y cuando esta se pueda conjugar con el cumplimiento del deber público: “Lo penoso no es robar, sino que te cachen” . Como dijo no hace mucho el Alcalde de San Blas, Nayarit a sus votantes: “Si he robado, pero namas (sic) poquito… con una mano robaba y con la otra se los entregaba a los pobres…” En tales condiciones la corrupción parece aceptable, normal, muestra de una inteligencia superior y hasta en cierto grado sana.
Para entender a la corrupción en sus justas dimensiones es preciso partir de una definición útil. El Banco Mundial ha propuesto una enunciación simple pero práctica, que pueda ser fácilmente utilizada y comprendida en cualquier parte del planeta: “Es el abuso del poder en la esfera pública, para el beneficio en lo privado”. Una sencilla definición que abarca bien y de forma clara lo que es esta tan frecuente práctica, tanto en México, como en el resto del mundo.
En nuestro país, el impacto de la corrupción ha adoptado formas y magnitudes desproporcionadas, al punto que no concebimos un ejercicio eficiente del servicio público (o privado), si no esta impulsado por la inercia de la corrupción. Pareciera que cualquier actividad que realiza la “clase política” frente, con o entre la ciudadanía, no es posible en ausencia de la corrupción. Para quienes se desenvuelven dentro de la  denostada “clase política”, la corrupción es su motivo y muchas veces su muy anhelado destino.
Los expertos en esta materia quienes estudian con profundidad el fenómeno de la corrupción, consideran que el efecto de esta se da de manera portentosa. De acuerdo con el grupo de expertos del Observatorio Económico de México, que presentó el Semáforo Económico Nacional 2014, la corrupción le ha costado al país 341 mil millones de pesos (US$22.848M) al año, a precios actuales. Esto equivale alrededor del 15% de toda la inversión pública de 2014 (www.mexicocomovamos.mx). Tomando como correcto el cálculo se concluye que el PIB sería 2% mayor si bajara la corrupción.
Por otro lado y de manera complementaria, recientemente una encuesta realizada por el periódico Reforma reveló que 6 de cada 10 mexicanos opinan que la corrupción creció de forma escandalosa en los últimos 24 meses. En la medición, la corrupción se ubicó como el principal problema del país, con 36%, por encima de la inseguridad (28%), el desempleo (13%), la violencia (12%) y otros (8%). La mayoría de los mexicanos considera que la causa fundamental de la corrupción es cultural, con 39%, y a este motivo le sigue de cerca la falta de aplicación de la ley, con 34%. Incluso se reconocen como causas la necesidad económica de quienes cometen actos corruptos (12%).
La instancia percibida como más corrupta fueron los partidos políticos, que recibieron una calificación de 9 en una escala del cero al 10. A estos le siguieron los altos funcionarios públicos y el sistema de justicia, con 8.8 cada uno. El resto de la tabla la ocuparon el gobierno federal y los gobiernos estatales (8.7), los legisladores y los gobiernos locales y delegacionales (8.5), los sindicatos (8.2), los burócratas (8.1), los trabajadores petroleros (8). Todos estos pertenecientes a la “clase política”. El resto de la ciudadanía obtuvieron una apreciación de menor corrupción: la iniciativa privada (7.6), los maestros (7.3) y la Iglesia (6.7).
La encuesta remata con dos interesantes datos: casi 7 de cada 10 personas dicen conocer a “alguien” que es corrupto. Y el 73% de los mexicanos considera que todos o la mayoría de los gobernantes de nuestro País son corruptos, pero sólo el 38% opina lo mismo de la ciudadanía en general (http://gruporeforma-blogs.com/encuestas/?p=5361).
Más allá de los efectos cuantitativos que la corrupción provoca a nuestra sociedad, están los cualitativos, los cuales percibimos y atestiguamos en cualquier momento y en todos los niveles de nuestra sociedad y, para lo cual no necesitamos ser economistas. Para dimensionarlos es preciso acotar que la corrupción ocurre siempre entre dos o más partes, en beneficio primordial de sus intereses privados, aun cuando estos intereses sean entre sí distintos. Es un fenómeno bilateral, de beneficio unilateral. Por ejemplo, cuando un funcionario pide “mochada” para realizar un trámite, existen al menos dos claros beneficiarios: por un lado, el funcionario que, al hacerlo ve favorecido su peculio personal; y por el otro, quien da el unto obtiene una prebenda o un beneficio que, en otras condiciones, no recibiría en el mismo tiempo, o en la misma calidad o en la misma cantidad.
En consecuencia podríamos decir que la corrupción daña y contribuye: perjudica a nuestro país a nivel económico restando oportunidades de crecimiento a nivel macro, lo que afecta a la microeconomía; pero también favorece el logro de beneficios individuales que, de no presentarse esta, los involucrados en actos de  corrupción no conseguirían de igual manera, o de plano, no lo conseguirían nunca (privilegios, posiciones de trabajo, riqueza económica, propiedades, satisfactores materiales menores y un larguísimo etcétera).
Esta relación perversa entre contras y pros, es lo que ha hecho que la corrupción como forma de vida, trasmine hasta el último de los rincones de la actuación pública, en aras del beneficio individual de algunos de los ciudadanos. La corrupción está generalizada, es omnipotente y apabullante.
Pero al mismo tiempo, la cotidianeidad del ejercicio corrupto, opera como un freno que como sociedad nos limita a poderle eliminar de manera radical.
Lo que es un hecho, es que nos hemos acostumbrado a la corrupción y esta ha provocado hábitos y comportamientos que alimentan el círculo vicioso (y perverso). La corrupción parece invencible y ha provocado usos y costumbres en las instituciones y las personas.
En suma, la corrupción forma parte de la normalidad de la relación entre la ciudadanía y los actores de gobierno.