En congruencia con la primera premisa (el
fracaso de los gobiernos), los ciudadanos vivimos en una era donde la
frustración, el hastío y la decepción son “pan de cada día”. No hay semana ni
mes en que las trapacerías de algún notable personaje de algún aparato
gubernamental, no nos receten una nueva desilusión. Cuando no es un escándalo
de propiedades, lo es de negocios ilícitos, de tráfico de influencias, de
malversación de fondos, de desviación de recursos…
Entre la vida pública y los episodios
personales de los personajes de la semana, confirmamos que el ejercicio del
poder a cualquier nivel se ha trocado en un negocio de lucro y beneficio personal.
Desde la conformación de partidos, la elección de figuras públicas a posiciones
de elección popular, las negociaciones para ganar privilegios, hasta verdaderos
crímenes con orquestamiento, o cuando menos acompañamiento de funcionarios,
congresistas y/o juzgadores. Detrás de la mayor parte de los crímenes y
delitos, tarde o temprano aparece un miembro de la administración pública, de
mayor o menor nivel, pero eso si, siempre bajo el manto protector de un fuero
constitucional o una posición de inmunidad, que de una u otra manera les brinda
impunidad y apoyo.
En México, el volumen de la población que
labora a cualquier nivel en la administración pública, está por arriba del
medio millón de personas. En este segmento de “actividad económica” se
gestionan abundantes presupuestos de los que se dan cuentas a medias
(especialmente en el nivel estatal y municipal), en medio de una parcial
opacidad y erogando pagos de manera discrecional y, muchas veces abusiva.
Maestros que no enseñan y atentan contra
los derechos de los ciudadanos, ni imparten lecciones de civismo ejemplar a
nuestros hijos. Cuerpos policiacos de los cuales debemos cuidarnos, pagando
servicios de seguridad privados (algunos de estos coludidos con los mismos
“protectores de la sociedad”). Jueces que no imparten justicia o inclinan sus
decisiones en contra de los intereses de la ciudadanía (no sabemos con
exactitud a cambio de qué o de cuánto). Ministerios públicos que no investigan
o integran investigaciones de manera amañada o inefectiva. Legisladores que no
nos representan y si en cambio, negocian con los miembros de diferentes
“factores de poder” (iglesia, empresariado, medios de comunicación, sindicatos
y un largo etcétera). Funcionarios públicos de mediano y alto nivel, quienes
bordan historias de escándalo con sus vergonzosas vidas personales, siempre a
cuenta del erario y el contribuyente cautivo. Autoridades estatales y
municipales que cuando no son cómplices del hampa, son sus socios mismos,
cediendo el control de las decisiones en materia de seguridad y ejercicio
presupuestal de obra pública.
A lo más, la clase gobernante y el resto de
la administración pública (en la que sobresalen por su corrupción buena
cantidad de inspectores, empleados de “ventanilla” y algunos más que hacen su
luchita), llegará en su totalidad alrededor de medio millón de “trabajadores”.
A este sector de la población económicamente activa (P.E.A.) y muy puntualmente
a los niveles de mando, es a quienes hemos encargado las decisiones y acciones
que materializan nuestros derechos fundamentales. Este numerosísimo cuerpo de
“servidores públicos”, sin embargo, al lado de la población total de nuestro
país (más de 113 millones de habitantes en 2014 [INEGI]), son una raquítica
minoría en comparación de los quienes somos los supuestos “beneficiarios” de
esa clase quien integra la administración pública (de entre quienes son pocos,
pero muy honrosos, los casos que de esta condición se libran).
De esta capa de la sociedad emana la tan
renombrada “clase política”, motivo de la vergüenza de nuestra sociedad,
protagonista de las muchas y muy penosas historias que llenan las planas de los
periódicos de todos los días y que para la opinión pública (amén de la opinión
publicada) y la ciudadanía, son motivo de vergüenza y desprecio.
Esa deplorable “clase política” es,
increíblemente, a quien le hemos endilgado la solución de muchos de nuestros
problemas y de quien esperamos el cambio que proyecte a nuestro país a grandes
niveles, tanto en lo local como en lo internacional.
Esperamos mucho de quienes no parecen poder
nada o, apenas muy poco, como dice la primera
premisa,
por ineptitud, por deshonestidad corrupta, o por lo minúsculo de los beneficios
que aporta.
Esperamos todo de aquellos que han mostrado
que no han logrado aportar nada. A ellos les reclamamos y exigimos
transparencia, solución, rectificación y la solución de tanta corrupción.
Día con día reclamamos que aquellos a quienes repudiamos, sean los mismos que nos aporten las soluciones; a quienes reprobamos por su corrupción o incapacidad, les exigimos que eliminen la corrupción y actúen como si tuvieran aptitud para el buen gobierno.
Una entera contradicción. Una incongruente exigencia que, a coro, planteamos los Ciudadanos.
Día con día reclamamos que aquellos a quienes repudiamos, sean los mismos que nos aporten las soluciones; a quienes reprobamos por su corrupción o incapacidad, les exigimos que eliminen la corrupción y actúen como si tuvieran aptitud para el buen gobierno.
Una entera contradicción. Una incongruente exigencia que, a coro, planteamos los Ciudadanos.
Esa,
penosamente, es la paradoja de la ciudadanía.
Creo que no necesariamente el fracaso de la clase política es lo mismo que el fracaso de los gobiernos.
ResponderEliminarAunque en el caso de nuestro país ambos están en el mismo rango.
No solamente en el mismo rango, sino que lo uno mantiene secuestrado a lo otro... en beneficio de lo uno...
EliminarCreo que es hora de romper con la frustración, el hastío y la decepción, de pasar de la queja y desilusión cotidianas a la acción concreta. Pasemos del relato y la crítica al análisis objetivo que nos ayude a encontrar soluciones realistas y viables.
ResponderEliminarEstamos frente a una problemática grave que se generó desde hace más de 4 décadas, no es tarea fácil y rápida de resolver, pero sí se pude generar el cambio ya. Es preciso por tanto, ser pacientes, asertivos y contundentes para crear los cimientos de la Transformación que se pretende.
Por qué no pensamos por ejemplo, cuál es el común denominador de todos los nefastos personajes politicos y de la administración pública; de los “Maestros”de vergüenza faltos de ética profesional; de los policías coludidos con delincuentes, sobornadores y que son sobornados a su vez por sus superiores; de los burócratas pagados por hacer un trabajo por debajo de lo mediocre; de todas aquéllas personas corruptas y corruptibles que encontramos por todas partes y que hacen de las suyas digamos que en el “anonimato”, por no ser figuras públicas, y que existen también en el sector privado, tanto en grandes empresas como en la tiendita de la esquina; y de los narcos que tienen sometido a gran parte del país.
Sin duda hay varios, pero para mí el más importante y trascendente de todos es la Carencia de Educación. Y no me refiero sólo a la formal, escolarizada y medida por calificaciones que al final no garantizan ni aprendizaje, ni éxito, ni honestidad y otros valores, ni nada, y sí pueden “camuflajear” mucho… Me refiero a la Educación y Formación personal, la que se inicia de manera decisiva en la casa materno-paterna y que se “moldea” con la colaboración de las escuelas y otras instituciones de educación no formal.
Insisto con la idea que expresé en la Primera Premisa, iniciar con una introspección de individuos y sociedad a través de la historia y hasta el día de hoy y determinar el impacto y trascendencia en la Política y el Gobierno. Creo que ahí podemos encontrar elementos clave que nos ayuden a romper esquemas inservibles, paradigmas establecidos a nivel general y paradigmas educativos en particular. Empecemos los cambios de lo micro a lo macro y no a la inversa como generalmente se pretende. Dejemos de centrarnos en las problemáticas que son sólo la punta del iceberg y sabemos de sobra y trabajemos en encontrar su verdadera raíz. Generemos al fin soluciones realistas, concretas, eficaces y eficientes.