Uno de los aspectos que hacen más patente
el fracaso de la “clase política” (La Primera Premisa) es sin duda, lo
concerniente al manejo corrupto del poder que, de manera bastante común, les
caracteriza. La sabiduría popular sitúa a la corrupción como una de las formas
a través de las cuales los miembros de esta elite pueden crecer y consolidarse:
“el que no transa no avanza”. Incluso, en la búsqueda de la redención
incongruente que sostiene la “Segunda Premisa”, se acepta explícitamente la
existencia de la corrupción, siempre y cuando esta se pueda conjugar con el
cumplimiento del deber público: “Lo penoso no es robar, sino que te cachen” .
Como dijo no hace mucho el Alcalde de San Blas, Nayarit a sus votantes: “Si he
robado, pero namas (sic) poquito… con una mano robaba y con la otra se los
entregaba a los pobres…” En tales condiciones la corrupción parece aceptable,
normal, muestra de una inteligencia superior y hasta en cierto grado sana.
Para entender a la corrupción en sus justas
dimensiones es preciso partir de una definición útil. El Banco Mundial ha
propuesto una enunciación simple pero práctica, que pueda ser fácilmente utilizada
y comprendida en cualquier parte del planeta: “Es el abuso del poder en la
esfera pública, para el beneficio en lo privado”. Una sencilla
definición que abarca bien y de forma clara lo que es esta tan frecuente
práctica, tanto en México, como en el resto del mundo.
En nuestro país, el impacto de la
corrupción ha adoptado formas y magnitudes desproporcionadas, al punto que no
concebimos un ejercicio eficiente del servicio público (o privado), si no esta impulsado
por la inercia de la corrupción. Pareciera que cualquier actividad que realiza
la “clase política” frente, con o entre la ciudadanía, no es posible en
ausencia de la corrupción. Para quienes se desenvuelven dentro de la denostada “clase política”, la corrupción es
su motivo y muchas veces su muy anhelado destino.
Los expertos en esta materia quienes
estudian con profundidad el fenómeno de la corrupción, consideran que el efecto
de esta se da de manera portentosa. De acuerdo con el
grupo de expertos del Observatorio
Económico de México, que presentó el Semáforo Económico Nacional 2014, la
corrupción le ha costado al país 341 mil millones de pesos (US$22.848M) al año,
a precios actuales. Esto equivale alrededor del 15% de toda la inversión
pública de 2014 (www.mexicocomovamos.mx).
Tomando como correcto el cálculo se concluye que el PIB
sería 2% mayor si bajara la corrupción.
Por otro lado y de manera
complementaria, recientemente una encuesta realizada
por el periódico Reforma reveló que 6
de cada 10 mexicanos opinan que la corrupción creció de forma escandalosa en
los últimos 24 meses. En la medición, la
corrupción se ubicó como el principal problema del país, con 36%, por encima de
la inseguridad (28%), el desempleo (13%), la violencia (12%) y otros
(8%). La mayoría de los mexicanos considera que la causa fundamental de la
corrupción es cultural, con 39%, y a este motivo le sigue de cerca la falta de
aplicación de la ley, con 34%. Incluso se reconocen como causas la necesidad
económica de quienes cometen actos corruptos (12%).
La instancia percibida como más
corrupta fueron los partidos políticos, que recibieron una calificación de 9 en
una escala del cero al 10. A estos le siguieron los altos funcionarios públicos
y el sistema de justicia, con 8.8 cada uno. El resto de la tabla la ocuparon el
gobierno federal y los gobiernos estatales (8.7), los legisladores y los
gobiernos locales y delegacionales (8.5), los sindicatos (8.2), los burócratas
(8.1), los trabajadores petroleros (8). Todos estos pertenecientes a la “clase
política”. El resto de la ciudadanía obtuvieron una apreciación de menor
corrupción: la iniciativa privada (7.6), los maestros (7.3) y la Iglesia (6.7).
La encuesta remata con dos interesantes
datos: casi 7 de cada 10 personas dicen conocer a “alguien” que es corrupto. Y el 73% de los mexicanos considera que
todos o la mayoría de los gobernantes de nuestro País son corruptos, pero sólo
el 38% opina lo mismo de la ciudadanía en general (http://gruporeforma-blogs.com/encuestas/?p=5361).
Más allá de los efectos cuantitativos que la corrupción provoca a nuestra
sociedad, están los cualitativos, los cuales percibimos y atestiguamos en
cualquier momento y en todos los niveles de nuestra sociedad y, para lo cual no
necesitamos ser economistas. Para
dimensionarlos es preciso acotar que la corrupción
ocurre siempre entre dos o más partes, en beneficio primordial de sus intereses
privados, aun cuando estos intereses sean entre sí distintos. Es un fenómeno bilateral, de beneficio
unilateral. Por ejemplo, cuando un funcionario pide “mochada” para realizar
un trámite, existen al menos dos claros beneficiarios: por un lado, el
funcionario que, al hacerlo ve favorecido su peculio personal; y por el otro,
quien da el unto obtiene una prebenda
o un beneficio que, en otras condiciones, no recibiría en el mismo tiempo, o en
la misma calidad o en la misma cantidad.
En consecuencia podríamos decir que la corrupción daña y contribuye: perjudica
a nuestro país a nivel económico restando oportunidades de crecimiento a nivel
macro, lo que afecta a la microeconomía; pero también favorece el logro de
beneficios individuales que, de no presentarse esta, los involucrados en actos
de corrupción no conseguirían de igual
manera, o de plano, no lo conseguirían nunca (privilegios, posiciones de
trabajo, riqueza económica, propiedades, satisfactores materiales menores y un
larguísimo etcétera).
Esta relación perversa entre contras y pros, es lo que ha hecho que
la corrupción como forma de vida, trasmine hasta el último de los rincones de
la actuación pública, en aras del beneficio individual de algunos de los
ciudadanos. La corrupción está
generalizada, es omnipotente y apabullante.
Pero al mismo tiempo, la cotidianeidad del
ejercicio corrupto, opera como un freno que como sociedad nos limita a poderle
eliminar de manera radical.
Lo que es un hecho, es que nos hemos acostumbrado
a la corrupción y esta ha provocado hábitos y comportamientos que alimentan el
círculo vicioso (y perverso). La
corrupción parece invencible y ha provocado usos y costumbres en las
instituciones y las personas.
En
suma, la corrupción forma parte de la normalidad de la relación entre la
ciudadanía y los actores de gobierno.
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