Sin duda, al comparar el tamaño de la
ciudadanía “civil”, con el del cuerpo de la administración pública y, muy
específicamente, de ese sector privilegiado y repudiado al que reconocemos como
“la clase política”, queda claro que la ventaja de estos últimos es el control
del presupuesto público.
Pero con la misma lógica, al identificar el
origen último que les da potestad sobre las decisiones en materia de gobierno y
el correspondiente ejercicio presupuestal, somos los propios Ciudadanos quienes
tenemos, al menos en la teoría, el verdadero control.
La cuestión entonces, en este punto es:
¿por qué la ciudadanía no logra (o no desea) tomar dicho control y ejercerlo?
¿en que momento y bajo que condiciones se pervirtió esta relación, haciendo a
la ciudadanía víctima, cuando deberíamos ser los beneficiarios absolutos?
¿cuáles son los mecanismos ocultos o visibles que perpetúan esta anómala y muy
“normal” situación?
He aquí algunas reflexiones que son la
esencia de esta “Tercera Premisa”.
Como dice la “Segunda Premisa”, uno de los
elementos que favorece esta perniciosa situación radica en el hecho de que
paradójicamente la ciudadanía esperamos (cándida o pasivamente) que una
repudiada clase política sea quien nos devuelva a la normalidad. ¿Con que
capacidades? ¿a partir de que incentivos? Evidentemente suena romántico o más
bien inocente, esperar que esta “clase política” nos devuelva la legitimidad
ciudadana.
Por principio, existe la creencia (en la
práctica así es) de que el único reducto de transformación social ocurre en el
seno de los partidos políticos (con cargo al contribuyente, por supuesto): “Juntos [a los ciudadanos], nadie nos para”
(PRI). “Me queda claro que con estos no avanzamos…cada vez estamos peor; los
que tienen el poder de cambiarlo, no lo hacen. Cambiemos el rumbo con buenas
ideas… claro que podemos ¿a poco no?” (PAN). “Pasan los años y la historia se
repite, lo que se repite son los errores… En cambio hay cosas que no solo se
repiten, siguen siendo lo mismo… Solidez y soluciones; por las causas de la
gente” (PRD). “Tenemos que hacer conciencia que de la desigualdad en nuestro
país, todos somos responsables. Si cambias Tú cambia México…” (PHumanista). “Unidad
Nacional: ¡todo el poder al pueblo! ¡Seguridad y justicia para la salvación de
México! (PT). “…Estoy optimista, ahora hay un despertar ciudadano y es de
sabios cambiar de opinión; vamos a volver a tener en nuestras manos el destino
de nuestras familias y el destino de México… La honradez es nuestra bandera, no
permitiremos la corrupción…” (Morena). “
Más grave aun, incluso las iniciativas
“independientes”, por legítimas que sean en su origen, pasan a ser propiedad de
la “clase política” y/o a depender del presupuesto público. Y cuando logran
mantener su soberanía, como parte de las Organizaciones de la Sociedad Civil
(OSC´s antes ONG´s), experimentan avances cuyo costo no se justifica a cambio
de la velocidad de los cambios o la relevancia de los mismos. Baste como
ejemplo el caso de dos OSC´s, indudablemente muy respetables –Alto al Secuestro
y S.O.S.– las cuales han tenido que experimentar un auténtico infierno frente a
las autoridades de los tres poderes y su afamada “clase social”, para obtener
pequeños logros que representan un enorme avance, pero a un elevado costo de
energía, desgaste y sufrimiento de parte de sus impulsores y sus integrantes.
De todo lo anterior se desprende la tradición
de que el destino de la participación ciudadana, tiene un derrotero reducido a
solo dos opciones: formar parte del
patrimonio de los partidos políticos o conformarse con avances minúsculos a un
precio altísimo.
En consecuencia, es claro el porqué en nuestro
país existe un reiterado y frecuente surgimiento de partidos políticos; cada lustro
vemos aparecer en el escenario de la administración pública a partidos
políticos que reciclan personajes de la “clase política”, tratando de canalizar
así la necesidad de participación de la
ciudadanía.
Como lo hacen notar la “Primeras y Segunda
premisas”, el ejercicio en el poder de ninguno de estos partidos políticos ha
conseguido satisfacer las necesidades y expectativas de los Ciudadanos, quienes
esperamos que la “clase política” genere las soluciones que se necesitan, con
lo que se ha creado un vicioso círculo que parece no tener fin.
En conclusión y esta es el espíritu de la “Tercera
Premisa” del proyecto Ciudadano que hay que impulsar: no podemos (ni tampoco lo
pretendemos) promover iniciativas cuyo horizonte apunte a la creación de
“nuevas opciones políticas” o traducirlas a OCC´s, pues esto implica recrear las primeras dos premisas o, en el segundo caso, atravesar
un camino sinuoso, lleno de obstáculos que enfrente a los intereses más
oscuros.
La transformación no puede ni debe
delegarse a las instituciones, sino a los propios Ciudadanos, en primera y
segunda, pero nunca en tercera persona.
La transformación solo puede provenir de mí
y de ti y, en el mejor caso, de nosotros: los Ciudadanos.
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