En los años y meses recientes, hemos conocido una serie de propuestas e
iniciativas para modificar el estado de cosas, en la realidad de la aún muy
joven democracia mexicana. Pocas de ellas fructificaron y, es nuestra
convicción, que el origen de su vulnerabilidad radica en un sustento
incompleto, inadecuado o de plano erróneo.
Es por ello que antes que proponer cualquier proyecto, quienes impulsamos
esta iniciativa hemos valorado como indispensable, el desglosar una serie de
premisas que aseguren un sustento firme y robusto para un emprendimiento tan
ambicioso. De no hacerlo así, estaríamos construyendo sobre una base débil o
carente de equilibrio, lo cual comprometerá el desarrollo exitoso de del
proyecto.
Así, lo largo de las seis entregas hemos
desarrollado las “Premisas” que a nuestro juicio, le dan un sustento sólido a
una propuesta de transformación, proveniente de la ciudadanía. Estos seis supuestos
representan una serie de realidades que no debemos desconocer si queremos
enfrentar exitosamente un cambio en las circunstancias que, día con día, sufrimos los
Ciudadanos. La razón por la que son estas
y en ese número, ha sido el contemplar todas las posibles realidades que hay
que advertir si queremos que la iniciativa sea exitosa. Algunas de las
iniciativas que en el pasado surgieron y que carecieron del éxito esperado, no
consideraron el alcance de alguna de ellas y de ahí, su fracaso o su beneficio incompleto.
El punto de partida es, tal vez, la más penosa realidad que da origen a
la necesidad de un cambio impulsado por iniciativa de los propios Ciudadanos:
el fracaso de una deplorable y calamitosa “clase política”, la cual día con
día, lejos de mejorar, pareciera regodearse en su vergonzosa condición. Baste
revisar una edición de cualquier diario (impreso o digital), en una fecha al
azar, para encontrar múltiples pruebas de ello. La "clase política" es una minoría numérica, que teniendo el apoyo legal de la mayoría, ha
defraudado al electorado en general.
La segunda consideración que expusimos a manera de premisa, consiste en
la paradójica y contradictoria expectativa que la ciudadanía manifiesta, casi a
diario, de que sean los deshonrosos e incapaces miembros de esta “clase
política” quienes lleven a cabo el tan esperado cambio. Es, por así decirlo,
“poner la iglesia en las manos de Lutero”. ¿Cómo
los ciudadanos esperamos que estos personajes que se solazan en la falta de
credibilidad y capacidad, sean quienes transformen la realidad? Esto es
incongruente; el caos, por sí mismo, no puede dar origen al orden.
Una tercera suposición consiste en la
experiencia de que el reducto natural de la participación ciudadana, en la
práctica solo ha incrementado nuestra decepción. La partidización de la
ciudadanía, parece condenada al fracaso, por diseño. Toda iniciativa
“ciudadana” que se ha conducido a través del camino de los partidos políticos,
parece tocada por el diablo y, tarde o temprano, se traduce en contra del
interés que le dio origen. Como dicen los
clásicos: “si quieres que un buen propósito se pervierta, impúlsalo a través de
un partido político”. Por otro lado, las Organizaciones de la Sociedad
Civil (u ONG´s), cuando se fundamentan en intereses legítimos de la ciudadanía, pocas
veces obtienen el éxito esperado y, el precio que han de pagar por ello es muy
alto y el lapso en que lo consiguen es muy extenso. Las soluciones “ciudadanas” a las que tradicionalmente se ha recurrido,
parecen destinadas al fracaso o, en el mejor de los casos a un beneficio caro y
lento.
Como una cuarta columna que sustente el auge
de un proyecto ciudadano, es necesario reconocer a la corrupción como una forma
de normalidad que parece regir, entre líneas, las relaciones entre los ciudadanos y
para con los gobiernos y gobernantes. La
sabiduría popular otorga a la corrupción una especie de brillo (por no decir
valor), sin la cual es imposible una convivencia sana y una vida completa (“el que no transa no
avanza”). Sin embargo, la posibilidad que esta cualidad de normalidad que la
corrupción otorga, es que nos lleva a reconocer dos condiciones de manera
palmaria: la primera, que todo acto de corrupción genera siempre dos
beneficiados, en menor o mayor medida. Corruptor
y corrompido de alguna forma obtienen ganancias, dividendos o provechos que,
fuera de un acto de corrupción no les son accesibles. La segunda, que la
corrupción es un fenómeno bilateral, de beneficio unilateral que, a la vez,
daña y contribuye, expandiendo de manera viciosa un círculo que ya forma parte
del paisaje en el que estamos acostumbradísimos a vivir.
La “Quinta Premisa” alude directamente a
una realidad frustrante e inexplicable: a
medida que la “participación ciudadana” ha crecido de manera palpable, existe
entre la ciudadanía en general, la sensación de que la corrupción ha crecido en
magnitud preocupante. Las páginas electrónicas de las redes sociales, los
editoriales de muchísimos diarios, las charlas de sobremesa y los corrillos en
los cafés, están llenos de queja e insatisfacción con el estado de cosas.
Una nueva forma de comunicación satírica se
ha apoderado de la libre expresión de las ideas, la cual se refleja en la
comedia televisada, la caricatura política y los llamados “memes” que se hacen
por miles de la actuación de la penosa “clase política”. Incluso en el colmo de
las cosas, la nueva propaganda política introduce la queja altisonante por el
cinismo y falta de sensibilidad de parte de quienes nos gobiernan (por ejemplo la propaganda partidista basada en
el asunto de los relojes, las casas, las presas, el uso de los helicópteros y
un larguísimo etcétera).
Todo parece indicar sin embargo, que la
insatisfacción manifiesta y la queja no son sensibles para quienes nos
gobiernan, por lo que la participación ciudadana ha sido fallida al quedarse a
este nivel. Este tipo de “participación
ciudadana” no parece tener la potencia necesaria para transformar el estado de
cosas; la lamentación y el reproche
no son una fórmula de transformación y si en cambio, una buena forma de
alimentar la frustración y el escepticismo de la ciudadanía.
La Sexta y última Premisa retoma el asunto
de la cultura de la corrupción, pero ahora propone una hipótesis alterna acerca
de la forma de verle y tratarle, como un medio para transformar la situación
actual que nos aqueja. Tradicionalmente
la cultura de la corrupción se ve como una causa descomunal de muchas de
nuestras desgracias. Una fuerza en contra de la cual los ciudadanos somos
víctimas indefensas y para aminorarle no podemos hacer nada, más que
padecerla, irremisiblemente. Tratar
de combatir a la corrupción bajo esta posición es algo tan utópico como la
pelea de David contra Goliath. Una derrota anticipada, sin duda.
La proposición alterna modifica
diametralmente los puntos de equilibrio entre la cultura de la corrupción y la
ciudadanía. La convicción que nos anima en este último supuesto pone al
ciudadano al centro del origen de la cultura de la corrupción, al proponer que
esta es la consecuencia de los muchísimos y frecuentísimos actos de
incumplimiento, a los más elementales principios de convivencia social que
realizamos, casi sin razonarlo, en cualquier momento y cualquier lugar. La existencia de este perenne enjambre de
actos menores pero corruptos al fin, se traduce en un gran estado de anuencia para que los miembros
de una vergonzosa “clase política” en el poder, puedan abusar en el espacio
público para su beneficio en lo privado.
Vista
así, la cultura de la corrupción no solo no es una causa, es una consecuencia
que pone en el origen y al centro de la transformación a la ciudadanía. Vista
así, la cultura de la corrupción nos “empodera” a los ciudadanos para darle la
vuelta a la situación, dejando de ser víctimas a ser protagonistas de este
cambio. Dos posturas que generan historias muy
diferentes.
Ahora bien, dando por sentadas las “Seis
Premisas”, una propuesta de proyecto ciudadano para ser efectiva debe poder
apoyarse en tales postulados, resolviendo
uno a uno, pero sin limitarse por ninguno. Un proyecto de transformación
ciudadano que haga sentido, desde la óptica de todas y cada una de tales
creencias.
Un
proyecto revestido, robusto y dirigido al centro de las circunstancias. Un
proyecto, bajo nuestro control y del cual seamos RESPONSABLES (como dice el diccionario): “Quien es consciente de sus obligaciones y
actúa conforme a ellas… Que es propio de la persona responsable o consciente de
sus obligaciones… Quien es autor de
cierta acción…
La
transformación de nuestra realidad es responsabilidad tuya y mía; no admite terceras
personas.
¿Y
TÚ, QUE PROPONES?
Yo propongo que cada uno de nosotros seamos los autores de nuestro propio cambio personal y asumamos el compromiso que ello entraña día a día.
ResponderEliminarAsí entonces, cada uno podemos elegir el rumbo de nuestras ideas y acciones. Por pequeñas que estas sean, siempre serán un ejemplo para quienes nos rodean y el cambio por mínimo que sea, genera más cambio.
En lo personal, una forma de iniciar es:
1.- Me comprometo a ser una persona íntegra en mi actuar.
2.- A ser leal a mi persona y relacionarme con quienes me rodean con un principio de respeto y con la convicción de “una mente que no hace daño”.
3.- Me comprometo a NO coludirme en los actos corruptos.
4.- Y a trabajar en la profunda “Toma de Conciencia Social”
Y tu?